Catalina
Santana

Cuando Catalina decidió irse a trabajar a un centro de ski en Andorra, un pequeño estado cerca de España, no imaginaba que su vida se convertiría en un tormento. Fue ahí donde conoció a quien se convertiría en su futuro agresor. Mantuvieron un vínculo amistoso durante cuatro años hasta que se emparejaron. Catalina al poco tiempo quedó embarazada y decidieron casarse. “Necesitaba los papeles de residencia para tener atención médica cuando naciera mi hijo y ahí comenzaron las peleas. Él ejercía mucha violencia sicológica sobre mí, pero eso yo lo entendí después, cuando me explicaron que hay muchas maneras de violentar a una persona”, cuenta hoy Catalina. Poco a poco se fue aislando. No podía comunicarse con sus amigos y familia en Chile y su vida se volcaba a él y a la casa. Cuando su hijo nació, las peleas aumentaron: él no aguantaba los llantos y Catalina tenía que hacerse cargo de todo sola.

“Una noche vino, me buscó y ocurrió todo. Estuve a punto de morir”.

“Dormíamos separados, no estábamos nunca juntos y se enojaba por todo. No dejaba que yo descansara en las mañanas, aunque no hubiese dormido durante la noche”. Cuando se mudaron a Chile en 2013, la relación toco fondo. Catalina tenía cerca a su familia y sus amigos y él ya no era el centro de atención. Fue entonces cuando decidió irse de la casa y se mudó donde su mamá. Tras cinco días refugiada ahí, llegó a buscarla. “Una noche vino y ocurrió todo. Estuve a punto de morir”, recuerda. La apuñaló reiteradamente, con cortes en el cuello que casi terminan con su vida. Afortunadamente sobrevivió y él fue deportado, con prohibición de ingreso a Chile. Tras pasar por una casa de acogida para mujeres, Catalina hoy vive con su hijo en Osorno.